viernes, 11 de enero de 2019

Umbral (Jean Carlos Puerto) [11-01-19 / 23-01-19]



El viernes 11 de enero a las 21:00 se inaugura la exposición individual "Umbral" de Jean Carlos Puerto en Galería Léucade. Justo tres años después desde su primera exposición individual en Léucade, Jean Carlos Puerto - ARTWORKS nos muestra toda su evolución a través de sus obras más recientes, en casi su totalidad inéditas. Además, ¡¡la exposición está comisariada por Ricardo Recuero!! ¡Os esperamos en la inauguración, en la que contaremos con la presencia del artista!

Atravesando el Umbral.

Para la exposición Umbral en Galería Léucade, Jean Carlos Puerto se adentra en el mundo filosófico del Realismo especulativo y parte de dos premisas sobre la ontología orientada a objetos (conocida como OOO), en primer lugar, que “Todo aquello que es, es un objeto”, y el segundo indicio es que “todo objeto se sustrae a sus relaciones” (que también son objetos). Ahí está este artista que aún tiene que ser descifrado para situarlo en su justo lugar, y que con esta exposición -que la conforman sus pinturas y dibujos más recientes-, se ha querido invitar a una renovada reflexión. Hay una búsqueda de la pintura pura a partir de lo real; la realidad solamente es una provocación para desencadenar un proceso creativo estrictamente pictórico.

Jean Carlos Puerto ha querido darle el mismo protagonismo a la figura humana que a los objetos, como si éstos también tuvieran vida y estuvieran en el mismo nivel de protagonismo. Ha optado por utilizarlos como temática en sus creaciones. Los objetos tratables artísticamente pueden ser la totalidad de los que forman nuestro entorno. Jean los toma según su carga emotiva y referencial; pero inmediatamente los somete a un proceso estrictamente formal, por el que si bien lo referencial no va a desaparecer, sí va a quedar presente sólo como evocación última, se reencontrará sólo después de que lo formal haya sido lo más decisivo y haya atraído nuestra sensibilidad estética. Todos estos objetos llevan impregnada nuestra relación con ellos, son depositarios de nuestras ansias, ilusiones, deseos, odios, afectos, etc. Pero Puerto sabe que nuestra sensibilidad está ya embotada para captar su contenido. Por lo que la única vía para reforzarlo es convertirlos de nuevo en estrictas formas sensibles: valorarlos estéticamente.

Sentido por la estética, por la riqueza formal gratuita y libre que el artista sabe poner en evidencia en cada cosa. Así es como podríamos definir la obra actual de Jean Carlos Puerto. Obra repleta de sorpresas, atractiva para aquel que quiere tomar conciencia de que en cada uno de los objetos de nuestro entorno hay, junto a un mensaje, un auténtico goce formal. Que la comunicación no sea información sino conocimiento profundo.

El artista muestra sus preferencias por el tratamiento del espacio con respecto a las anteriores obras, en las que el espacio era más bien un soporte de vivencias que un objeto en sí. Se preocupa más por aquel elemento que lo es todo en el arte de la representación plástica: el espacio. Había que ponerlo en evidencia, había que hacerlo tangible, pero no hacerlo táctilmente, es decir, mostrar –visualmente- que el espacio era penetrable, que era medible, que era diferente de los objetos y representaciones humanas que en él puede ubicarse. El espacio, visualmente hecho tangible, adquiere así toda su presencia. La luz también lo ponía de manifiesto; el espacio se independizaba -con respecto del objeto que en él se manifestaba- adquiriendo el protagonismo, en lugar de residir en lo que en él se ubica. Era como si en una representación teatral todo quedara explicado por la escenografía, que hiciera innecesaria ya la presencia de los actores.

Todo ello ha significado una progresión en la obra de Jean Carlos Puerto. Cada obra le ha planteado la problemática a resolver en la siguiente. Ha habido una progresiva toma de conciencia de que el espacio es protagonista suficiente, que no necesita de aditivos ni de muletas que, por contraste, lo pongan en evidencia.

También es consciente de que si el espacio tiene tal identidad, dándole la misma importancia a éste que a los objetos y figuras que lo conforman, es porque hay una persona que lo observa, un sujeto externo que toma nota de su existencia. Las experiencias espaciales y objetuales de siglos pasados entendían que el conflicto espacio-objeto tenía lugar fuera de la conciencia de las personas. Éste actuaba de mero espectador. Éramos los asistentes al espectáculo, no los protagonistas en el mismo. A lo sumo, el conflicto espacio-objeto, como en el caso del barroco, el impresionismo o del cubismo, podía adquirir dimensiones simbólicas con respecto al sujeto observador, pero nunca tenía entidad la dialéctica espacio-percepción subjetiva del espacio. La misma obra del artista anterior a la actual planteaba la problemática espacial en función de factores externos al perceptor. Se trataba de una sensibilización del espacio por su mensurabilidad por la incidencia de la luz sobre el mismo, pero nunca en función de un factor exógeno.

En esta exposición encontramos escenas que se alimentan de sí mismas, que no representan a algún otro mundo externo, aunque ciertos signos nos hicieran pensar en una mímesis. Todo termina en los márgenes del cuadro, nada hay visible fuera de su campo. Si un cuerpo allí termina, no debemos tratar de prolongarlo más allá: nació mutilado, expresamente fragmentado; es más, en la fragmentación, en el corte (del cuerpo, del espacio, de la escena) se condensa todo el deseo y su puesta en lenguaje. En su imaginario pictórico, no hace figuras de sinécdoque dando la parte de un cuerpo por su totalidad. Ese rostro, ese cuerpo, esa cama, ese sofá, esa mesa, la escena que los contiene, es absolutamente un todo. Y la secuencia fijada, de la que se diría que hay un antes y un después, que debe formar parte de una historia que se nos está contando, se genera y termina en ese instante; es un tiempo fijado, es decir, sin tiempo, el límite de una narración que no se puede reconstruir en su pasado, que no tiene futuro: la forma dada a un deseo doloroso, a un deleite; y de esa forma, y no en otra. Jean quiere hacer referencia al umbral, a esos elementos llamados “no-lugares” en los que en ocasiones habitamos o por los que simplemente transitamos.

Cuando de la obra de un artista se dice que es producto de una síntesis de sus anteriores etapas o caminos -imagen ya simbólica de un estilo, de una definida personalidad-, en ocasiones se deforma ese concepto, pues en realidad es difícil cuando un pintor, un escritor, una artista al fin y al cabo, han logrado crear una imagen característica a cierta altura de su trayectoria. Para Jean, consecuente siempre con una meditación lenta y esclarecedora, esa síntesis es consecuencia inexorable de su observadora mirada, del sentido clarificador que durante toda su vida artística ha pretendido dar al mundo circundante.

La pintura de Puerto se caracteriza por su rotunda luminosidad, su personal paleta identificativa y una pincelada directa, lenta, hasta lograr el fin que tenía en mente. El artista suele trabajar sin bocetos previos, valiéndose únicamente de las sesiones fotográficas y montajes previos, pero para esta exposición ha realizado algunos bocetos, implicándose de esta manera más con el lápiz y no ir como siempre directo de su mente al lienzo, pasando únicamente por el pincel.

Sólo el pintor es dueño del blanco del cuadro; de aquello que la pintura (figura a figura, gesto a gesto, objeto sobre objeto, siguiendo cada escena, tras una y otra capa de materia) ha ido cubriendo, elaborando, formando, imaginando: produciendo imágenes. El dolor, el placer, previos a la imagen –a la secuencia imaginada- son el “secreto” de Jean Carlos Puerto. El visitante que acude, penetra y se instala, durante el tiempo de la exposición en las escenas, en la teatralidad de tal “secreto” asiste en calidad de espectador a una ceremonia privada, secreta, que sólo podría ser suya también en tanto que él mismo pasara al otro lado del escenario transformándose en pintura, atravesando el umbral.


Sofía Martínez Hernández
Crítica de Arte

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